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Jaime Nubiola

El Dr. Nubiola está en el Departamento de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra. Sus líneas de investigación son La tradición pragmatista en filosofía del lenguaje, Metodología filosófica y las Claves del pensamiento de Charles S. Peirce para la filosofía, la ciencia y la cultura del siglo XXI.

 

Actualmente es profesor de Filosofía del Lenguaje.

Entrevista

1. ¿Cuál es la relación entre el lenguaje y la cultura?


El lenguaje ayuda a hacer una cultura; y también una cultura se especifica por el propio lenguaje de esta. Lo vemos en la comunidad latinoamericana e hispanoparlante. ¿Cuántos alumnos de Panamá, Salvador y demás países, hablando una misma lengua, sienten una cierta comunidad, aunque haya diferencias locales? Las tradiciones culturales tienden a cultivar una lengua; y eso introduce problemas de política lingüística, como por ejemplo ocurre aquí en España con Cataluña, País Vasco o Navarra.

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En un referéndum en California, hace años, les preguntaban a los inmigrantes latinos en qué idioma querían que se educasen sus hijos y se les daba dos opciones: inglés o español. Y elegían inglés, porque el español se aprende en casa. Querían que sus hijos fuesen iguales a los demás ciudadanos.

 

2. ¿Qué representan las palabras para una comunidad y cuán importantes son?

 

Qué bonita pregunta. Uno piensa en los relatos, en las tradiciones. Hay comunidades que no tienen escritura, y entonces las historias orales (que vienen de abuelos, tatarabuelos…) tienen bastante credibilidad histórica, una que trasciende. Pensemos en las canciones infantiles o las rimas que las madres enseñan a sus hijos… En España, cantamos: «Mambrú se fue a la guerra… Qué dolor, qué dolor, qué pena». Hablamos de la guerra entre Francia e Inglaterra, hace ya 300 años. La historia está encapsulada en palabras, y estas crean una comunidad. También se ve en la comunidad familiar: hay palabras que tienen un significado especial en esa casa, que tienen una historia detrás. Las palabras crean comunidad.

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3. ¿Qué elementos suscitan la evolución del lenguaje?

 

Esto merece una asignatura, no una clase… [Risas] Esta cuestión ha sido muy estudiada los últimos cien años. El autor más importante es Ferdinand de Saussure, un lingüista ginebrino. Habla de un elemento sincrónico y uno diacrónico. El diacrónico es a través del tiempo. Estamos hablando en castellano, que en el fondo es latín evolucionado, después de 700 años.

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El caso más sorprendente es Nueva Guinea, una isla grande en Oceanía donde se hablan 250 lenguas. En cada valle se habla una lengua, un dialecto distinto. Se entienden con el valle de al lado, pero tres valles más allá la comunicación ya no es posible… Los catalanes decimos que entendemos a los mallorquines, pero yo no les entiendo nada. [Risas]. El castellano está evolucionando con gran influencia latinoamericana y de Estados Unidos. Antes se decía que quien habla castellano bien son los de Valladolid; ahora son los mejicanos, porque hay 120 millones de personas que hablan el español en la variedad de Méjico. Incluso la RAE va incluyendo todo tipo de expresiones de países latinoamericanos, que tienen tanto derecho a estar en el diccionario; algunas de ellas más, porque son castellano antiguo, del siglo XVI. Por ejemplo, nosotros decimos piscina, en Méjico dicen alberca.
 
4. ¿El lenguaje inclusivo forma parte de la evolución del lenguaje?

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Como decía un antiguo presidente de España: «Me alegra mucho que haga esta pregunta»; y así tenía más tiempo para contestar. [Risas] Creo que hay dos temas distintos: uno, el lenguaje inclusivo, y otro, el machismo en la sociedad europea. Son dos temas que confluyen.

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Soy un firme defensor del feminismo, de que no hay derecho de que las mujeres estén reprimidas, que se les dificulte acceder a los puestos más importantes de la sociedad que ellas quieran. Cuando yo era jóven, mi madre necesitaba un permiso de mi padre para abrir una cuenta de banco. O pensad en la sociedad islámica, donde las mujeres están en situación de sumisión a lo que digan los hombres. Estoy en contra de todo esto: estoy a favor del pleno desarrollo de las mujeres en toda su potencialidad.

 

Otra cosa es el lenguaje. Creo que merece la pena prestar atención a visibilizar a las mujeres en el lenguaje. Me parece bien que los políticos digan: «españoles y españolas»; o en misa, «cristianos y cristianas»… Alguna vez. Pero no hace falta que todas las veces se utilice un término que admite diferenciación de género. Muchas veces tengo clase con mayoría de alumnas. Lo que hago es decir «alumnas», y a veces añado «alumnos», o digo «estudiantes». Creo que no hay que ser fundamentalista en estas cuestiones.

 

Recordaréis que estos últimos años ha habido intervenciones desafortunadas. Una ministra decía «los miembros y las miembras», e Irene Montero en 2018 afirmaba que era una «portavoza de Podemos en el Congreso». Hay palabras castellanas, como «periodista», que no especifica si es hombre o mujer. En castellano, el genérico se considera común a varón y mujer. ¿Con qué estoy en desacuerdo? (Y mis alumnas, muchas veces, no lo aceptan). No estoy de acuerdo con decir: «el hombre». «El hombre es un ser racional»… Lo dicen mucho, las alumnas de Filosofía. Pero si le pedimos a unos niños que dibujen a un hombre, pintarán a un señor con barba, no a una mujer. Creo que es mucho mejor hablar de la persona humana, del ser humano, que ‘el hombre’. Utilizar el genérico ‘hombre’ invisibiliza a las mujeres. Un lenguaje fino en esto evita el antiguo uso genérico del término ‘hombre’.

 

Mi tesis de fondo es la de que si cuidamos a las palabras, quizá cuidemos —los hombres, los varones— más a las mujeres. Les daremos más espacio para que no queden invisibilizadas en un genérico ‘el hombre’.

 

La precisión es imposible. El problema es que cuando precisas… ¿Puedo contar una anécdota? El martes estaba en clase y una alumna leyó su ensayo, algo transgresor. Le preguntan: «¿qué es lo que más te duele de esta vida?» Y ella dijo: «la explotación de las mujeres, la estructura patriarcal que nos ha dominado a lo largo de la historia… y lo que más me molesta es que los profesores digan ‘chicos y chicas’, ‘hombres y mujeres’»: la visión dualista. Probablemente ella optaba por algo intermedio, por defender alternativas. 

 

La última reforma de la biblioteca donde están los manuscritos del filósofo al que yo me dedico, han hecho un nuevo sótano y han puesto nuevos aseos. Y anunciaban: «Non Gender-bias Wheelchair Access». Eran para personas en sillas de ruedas, y sin vallas de género. No me parece mal la solución; lo que es cara, es complicada… cuando divides entre hombres y mujeres, después hay algunos que, por un lado u otro, quieren ser alternativas. En la Sociedad Americana de Filosofía, te piden, al registrarte, introducir tu ‘gender’. Y hay seis o siete cosas. Ahora, lo que está más de moda es ‘fluid’, el género fluido. Entonces ya no sé cómo hay que hablar a alguien que tenga un género fluido. Yo creo que con esto hay que ser muy respetuosos con las personas, y procurar, si unas palabras son irritantes a un colectivo, intentar eliminarlas. Ya no usamos la palabra ‘negro’, aunque en Panamá, decir ‘negrita mía’ es un cumplido. En EEUU, decir negro es una palabra tabú. Es una materia muy sensible. Hay que ser cuidadosos y aprender de los errores.

 

Recuerdo un día… en el año 82, estábamos viendo una presentación hermosísima de una profesora americana sobre una base de datos donde estaban todos los textos antiguos. Y le dije al profesor: «what a wonderful girl!» Y él me dijo: «Jaime, no se puede llamar a una mujer ‘girl’; es convertirla en una niña»… Aquí no es «derogatory term», un término peyorativo, pero allí sí.

 

5. ¿Qué rol tiene el lenguaje inclusivo en la política? 

 

Ahora está de moda. El ejemplo que se pone usualmente es la nueva constitución Venezuela. Allí, con mucha sensibilidad, ponían: «diputados y diputadas», «procuradoras y procuradores»… En cambio, queremos cambiar la constitución española porque habla de Rey y no de Reina —cuando se hizo, las mujeres estaban excluidas del trono. Ahora es una moda el lenguaje inclusivo. Me produce una cierta aversión esa moda, me parece redundante, cuando el presidente del gobierno, a cada lugar que va, dice: «pamploneses y pamplonesas»… Creo que es superfluo. La economía del lenguaje lleva a simplificar. Pero me parece bien que lo hagan, porque eso también se contagia, con tal de que no lo hagan en exceso.


6. ¿El lenguaje inclusivo se puede detener?
 

Creo que hay que recomendar la idea del uso del lenguaje inclusivo, si significa visibilizar a las mujeres. Creo que es empoderar el dar visibilidad, así que adelante. Pero después, como todas las cosas en la lengua, no se pueden imponer. No se puede obligar, porque después la gente hace lo que quiere, lo que le resulte más cómodo. Los jóvenes alumnos de la universidad no usan un lenguaje inclusivo; ya sea porque sus padres no los usan, o lo que sea. Yo en clase procuro usarlo: «sus padres y sus madres»…

 
7. ¿Qué es lo más hermoso que nos proporciona el lenguaje?

 

Podríamos contestar de varias maneras. Lo que me gusta responder es que lo más hermoso que nos proporciona el lenguaje es el amor porque el lenguaje es una forma de amor y lo que los seres humanos más necesitamos es querer y sentirnos queridos. Ahora, estando aquí en Pamplona, muchos de los estudiantes no pueden recibir caricias de sus padres, pero si una videollamada; gracias a la tecnología y, sobre todo, gracias a las palabras.

 

Pensar que las lenguas son un vehículo del amor nos ayuda a vivir en paz y a expresar nuestros sentimientos, nuestro cariño y ternura. No es por asignar a las mujeres un papel predominante en esto, pero creo que todo el ámbito de la expresión sentimental hay que valorarlo mucho más en la comunicación humana. De no reprimir los sentimientos, sino expresarlos. 
 

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